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Tristeza en la UNER

Murió en Paraná, el 2 de febrero pasado, el reconocido y querido director de teatro Lito Senkman. La noticia  sobre su desaparición física repercutió con mucha intensidad  y se multiplicaron las expresiones de aflicción y profunda pena.

Senkman fue un trabajador incansable y entusiasta que estuvo por años unido a la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER) aportando su sensibilidad y oficio.
Quienes estamos desde hace años en esta casa ejerciendo la tarea de prensa lo conocimos y seguimos en su incansable labor.
Trataremos en el transcurso de la semana, recuperar material que sobrevive en VHS para compartir con ustedes. Por ahora lo hacemos con la nota aparecida en un diario de la capital de nuestra provincia y un video que da cuenta de uno de sus últimos trabajos.

A continuación, reproducimos un perfil de Senkman realizado por un periodista de este sitio y publicado en El Diario de Paraná hace poco más de tres años. “En realidad soy como un inventor”, decía Lito entonces. Aquí, la nota completa.
Dirigió más de 30 obras y trabajó con cientos de actores. “La angustia que me roza es también el motor del deseo”, define Senkman.  Antes de instalarse en Paraná, estudió con uno de los maestros más prestigiosos que vivió en Argentina. Hizo publicidad para tele, obras para niños con Laplace y Carnaghi y vivió in situ el boom santafesino de los 60. Un repaso por la vida y la obra de un genuino referente del teatro entrerriano.

Senkman va pergeñando un plan para resolver una cuestión urgente o sino está llegando tarde a alguna parte, o las dos cosas a la vez. Cuando uno se lo cruza a Lito Senkman por la calle, ensimismado, hundido en alguna historia que sucede en sus adentros, da toda la sensación de que avanza en dos dimensiones: una concreta, pero más o menos, que es la vereda, la calle, Senkman caminando, y una interna e incluso más real, que vaya uno a saber de qué se trata. Posiblemente sea una escena, una frase, un gesto. Pero solo posiblemente. Entonces uno lo llama, lo frena, lo nombra y Senkman emerge desde ese lugar indescifrable. Se llama Luis Senkman, es director de teatro y ha trabajado en más de 30 obras y con un centenar de actores. O más.

FUNEBRES. Su madre, Sofía, salió huyendo a los seis años de la rusia zarista, pre revolucionaria. Su padre, Moisés, creció en una colonia judía, en el campo, hasta que se fue a estudiar a Buenos Aires. Ese fue el punto de encuentro, el principio de la otra historia que se desarrolló en Paraná, una vez que el matrimonio se instaló en la ciudad y logró cierta prosperidad a través de un conocido comercio de repuestos del automotor bautizado La Mascota. Tuvieron dos hijos, mellizos: Luis y Leonardo, parecidos en gustos e inquietudes, pero con diferentes estilos. “Yo crecí Perú y Libertad, Perú 143, por ahí funcionaba una marmolería y pasaban todos los coches fúnebres, porque era el paso obligado al cementerio, calle Perú estaba empedrada y corría hacia el cementerio”, describe Senkman y se ríe de ese escenario un tanto lúgubre: “Siempre estuvimos rodeados con un paisaje un poco fúnebre, mucho Chopin…” Pero también en el barrio ocurría un prodigio que para otros podía ser desgracia. Se inundaba. “Se inundaba muchísimo cuando llovía y era una de las cosas que más me gustaban”. Jugar en el agua. El aliado, siempre, era su mellizo. “Leonadro vive ahora en Jerusalén, el es investigador, historiador, escribe y es docente de la facultad de Filosofía y Letra de la UBA. Con Leo nos entendíamos muy bien, éramos muy distintos, pero teníamos gustos parecidos: la literatura, el teatro. Yo como actor y director comencé en teatro con mi hermano, acá en Paraná”.

 

TEATRO. El primer contacto fue en Buenos Aires, pero solo eso, un toque, una mirada, un escarceo. “A mi madre le gustaba mucho el teatro. Me llevaba a ver teatro a Buenos Aires, como mi vieja es porteña, todos los meses nos llevaba, era una ferviente admiradora del teatro. Toda la colectividad tenía una relación intensa con el arte, había compañías muy fuertes que hacían teatro idish en Buenos Aires, pero también lo vi a Sandrini a Alfredo Alcón, a Francisco Petrone. Eso me atraía, peor no fue lo que me sedujo”, subraya.

La relación definitiva se concretó más adelante, con la llegada de un maestro que regresó a Paraná por un drama familiar luego de una prolífica trayectoria en Buenos Aires. Natalio Hocsman fue el primer maestro de Lito, después vinieron otros, otros maestros y otros destino.

“Acá medio que uno se aburría entonces te ibas a Santa Fe, que en los 60´ tenía el gran movimiento de teatro, literatura y cine. Comenzando por Juan José Saer, Hugo Gola, José María Paolantonio, hasta Fernando Birri. Era como ir a Buenos Aires”, narra Senkman.

EL GRAN MAESTRO. Haber estudiado con Oscar Fessler en Argentina es un privilegio que distingue a un puñado de actores con un halo de prestigio. Y Senkman estudió con Fessler más de tres años. Perseguido por el nazismo, militante de las brigadas internacionales en la guerra civil española, creador comprometido, Fessler llegó a la Argentina y encabezó la formación del Instituto de Teatro de la UBA, que funcionaba en el subsuelo de la facultad de medicina. Allá fue a estudiar Senkman, aunque no era nada sencillo. Unos 300 postulantes se inscribían para estudiar con Fessler y no ingresaban más de 25. Lito aprobó el ingreso, fue seleccionado y estudió tres años, hasta que tuvo que salir huyendo de la facultad en La noche de los bastones largos.

“Lo seguí al maestro por el Paseo Colón, en un teatro viejo donde daba clases privadas, hasta que se tuvo que ir Costa Rica”. De todas formas, él se quedó en Buenos Aires, se casó, tuvo dos hijos y se dedicó intensamente al teatro, a la docencia, a tomar clases y a actuar, aunque fue percibiendo, con la nitidez de ciertas revelaciones, que ese no era el lugar, ni aquel su trabajo.

“Yo era un muy buen actor”, dice Lito sin petulancia, pero quería hacer otra cosa, otro acuerdo con su pasión. Antes de decidirlo, lo reemplazó a Julio De Gracia en una obra de Fessler, hizo teatro infantil con Víctor Laplace y Roberto Carnaghi, se animó a hacer publicidad en televisión y protagonizó comerciales históricos de la marca de electrodomésticos Aurora y hasta realizó una larga temporada con el Teatro del Bajo.

VOLVER. Veinte años pasó en Buenos Aires hasta que a principio de los 80´, ya con el retorno de la democracia, Rubén Chiri Rodríguez lo convoca para dar clases en Santa Fe y volver. Volver 20 años después. Más que un tango.

Un tiempo después Senkman cruza el río, se instala en su ciudad natal y comienza el recorrido más visible para los paranaenses. Ese continuo trajinar del director de teatro que genera, crea y produce para mostrar el trabajo de meses, e incluso años, en dos o tres funciones agitadas. En eso está, siempre.

“Yo no hago teatro para el gusto del público, primero me tiene que gustar a mi”, define y dice, además, que “mi fuerte es el trabajo con los actores, no la puesta en escena, me gusta trabajar la creatividad con ellos”.

Es más, continúa Senkman, “los mejores momentos son cuando estoy ensayando, el proceso creador es lo que me gusta”. Entonces enumera sus proyectos, junto a algunos nombres que van asociados y hay por lo menos tres obras y una docena de nombres. “Eso me vitaliza, me pone mejor. Eso es lo que me estimula, todos los proyectos los fui creando, lo fui inventando yo, en realidad soy como un inventor”, concluye.

Así finaliza la entrevista y Lito Senkman reanuda su camino, se dirige a un ensayo, otra vez ensimismado, casi ausente, más presente y real en sus pensamientos, que en el espacio menudo que ocupa en calle Córdoba, a medida que avanza bajo el sol impiadoso del mediodía.

La condición del artista

Senkman dice que una sola vez le pagaron por ensayar y hacer su trabajo. Fue a través de la dirección de cultura de la Universidad Nacional del Litoral. El proyecto se llamaba Comedia Universitaria y convocaba a directores nacionales. “Una vez me llamaron a mi, tuve la suerte de elegir una obra y un elenco excelente y trabajé dos años, tuvo un éxito total esa obra: Una tragedia Argentina, de Daniel Dalmaroni”.

El resto fue a pulmón, siempre.

“Nadie vive bien del teatro, macana. Yo no conozco gente que viva bien del teatro. Mi viejo siempre me ayudó, para ser honesto, siempre encontrás un familiar, un amigo, una mina para que te banque, lo otro es mentira”, dice Lito con un porcentaje claro de humor, pero un porcentaje breve.

“Lo digo bien, con cariño, pero yo me moriría si no hago teatro. Un tiempo trabajé en el negocio de mi familia, daba una mano, pero no era lo mío. Daba clases acá o allá y vivíamos siempre de una forma austera. Yo tengo el Falcon de mi viejo, nunca me compré un auto”.

Eso de vivir planeando, planeando sin recursos, más otras angustias de otro orden, más profundas, más existenciales, analiza Senkman, dan como resultado una necesidad de hacer y crear. “Me roza la angustia y ese es el motor del deseo”, considera.
Julián Stoppello


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