El crítico de Arte y Director del Centro de Arte Contemporáneo Wilfredo Lamb, Jorge Fernández Torres, reflexiona sobre el envío cubano a la Bienal de Venecia 2011.
Sin dudas, la participación de cuatro artistas que representan a Cuba en la Bienal de Venecia constituye un acto de especial relevancia. En la materialización de este proyecto ha sido esencial la labor de Miria Vicini, quien actúa también como Comisaria General del Pabellón. Los artistas participantes en esta muestra son Alexandre Arrechea, Yoan Capote, Duvier del Dago y Eduardo Ponjuán. Las diferencias generacionales que existen entre cada uno de ellos no se convierten en una limitación para dialogar sobre temas comunes y encontrar una narrativa que los haga comunicarse entre sí.
El concepto de la museografía que concebimos está a tono con el título de la Bienal de Venecia de este año: Iluminaciones, que implica también una reflexión sobre los modos actuales de ver y registrar los procesos del arte en un mundo donde las cartografías que antes se establecían en estetipo de eventos, se han ido diluyendo. Las legitimaciones simbólicas se internacionalizan en una dinámica transgeográfica que determina lo que es inclusivo y exclusivo a la vez.
Los artistas de la Isla han asumido el viaje físico y existencial como razones de su estrategia discursiva. Aunque en lo más profundo pueda habitar la procedencia insular, sus costas pertenecen al universo. Lo paródico, lo poético y lo irónico no corresponden a enunciación nostálgica, porque ellos mismos sienten el mundo. En estos creadores la tradición no se queda en mostrar las claves referenciales de un lugar al que se pertenece por nacimiento. Sus propuestas atraviesan formas de hacer de alcance internacional pero sin evitar lo auténtico que resulta transmitirle a sus trabajos la carga del contexto del que forman parte.
Dentro de esta dinámica, en todas las piezas está el objeto y su redefinición para activar el espacio y para jugar con su secularidad. Tomando como punto de partida los recursos lúdicos pude ser cuestionada la inmaterialidad o el posicionamiento de lo industrial ante la ambigüedad que genera el arte. Plantearse una nueva subjetividad es repensar la relación con la objetividad. Lo escultórico no se queda ni en la dureza, ni en la ligereza del material. Adquiere un estatus que lo acerca a lo performático. Las trampas visuales que se tienden en la representación contrastan entre sí y llevan implícitas esas contradicciones entre la precariedad y el hedonismo retiniano. De hecho también se abre un cuestionamiento a las maneras en que siempre nos miran y las expectativas que a nivel visual y conceptual se espera del arte producido en la Isla.
El recorrido por la exposición de estos cuatro artistas cubanos comienza por los jardines de la Isla de San Servolo. Allí estará la pieza de Yoan Capote titulada Migrant. La monumentalidad del conjunto no hace que percibamos como un hecho aislado la escala de esta obra. En ella está el desgarramiento que provoca vivir y sentir otra cultura. Junto a esas enormes estructuras también está la Tierra de Cuba. El hecho de poner un material orgánico frente a otro de procesamiento industrial, hace que se rompan las barreras entre lo real y lo imaginario y que se diluyan las dicotomías de la realidad y la ficción. A Capote no le interesa explorar un sistema de causas y efectos, prefiere desbrozar lo ontológico, lo que pertenece a la naturaleza del ser.
Al entrar al Pabellón y a su sala A encontramos la pieza The city Stopped Dancing de Alexandre Arrechea. Tres trompos que funcionan como base y que sostiene la estructura de tres edificios que pertenecen a la historia de este país: el Bacardí 1930, el Somellán de los 50 y la Embajada Rusa de los 70. El artista, desde la arquitectura, reflexiona sobre la autogénesis del poder y la seducción de sus espejismos. La grandilocuencia del deslumbramiento formal es estructurada por una suerte de impersonalidad del objeto que despierta la mirada crítica en el sujeto. La exquisitez de la pieza no limita la provocación ni el cuestionamiento a las formas que marcan los niveles de jerarquía de la visualidad. Finalmente es fácil percibir lo azaroso y la volatilidad de las bases sobre la que se sostienen las cosas. La arquitectura es una memoria donde se juega el valor simbólico real de un período, junto al rastro que deja cuando empieza a entenderse como historia o pasado. Son las nuevas relaciones políticas y económicas las que instituyen el lugar.
Todo sucede y se destruye a la vez para dar paso a una estandarización que absorbe el propio sentido de las cosas. Marcando el Centro de la sala hay una pieza de Eduardo Ponjuán titulada Sur donde se está definiendo el norte magnético y sus desplazamientos. Desde este antiguo objeto, que viene de la China milenaria y que sirvió como orientación a muchos marineros en altamar, el artista introduce una gama de significados. EL título de la pieza adquiere en cada contexto una riqueza polisémica. Las contradicciones físicas y astronómicas entre el norte magnético y el norte cardinal son reveladas para mostrar las relativizaciones y diferencias entre la geopolítica. Las nomenclaturas de Primero, Segundo y Tercer mundo, son sustituidas por las de Norte - Sur que se acercan a su vez a la otrora noción de centro y periferia. Ponjuán le añade nuevas lecturas a esta obra al ponerla a dialogar con el propio entorno de Italia y de la Bienal de Venecia.
Cuando concluimos el tránsito por este espacio, encontramos la pieza de Yoan Capote Autorretrato. Aquí el artista regresa a una mirada más personal. Los huesos de dos piernas humanas tienen que quedar en el lugar justo para sostener tres bloques de concreto. La fundición de las piernas llevan tras de sí las referencias reales de los restos de muchas personas que sirvieron de inspiración y modelo. El artista logra transmitirle al espectador la presión que siente como suya ante la situación del drama. A pesar del fuerte carácter minimalista de la pieza, no se queda en la relación purista con el material. La obra deja entrever su postura humanista. El peso es interpretado aquí con la mirada metafórica de un Richard Serra. La solidez física es equiparada a la solidez mental. Esta analogía hace suya también la fragilidad en todas sus acepciones y de alguna manera refiere también a la dificultad de soportar la vida, la muerte y el estrés que genera el hecho de lograr el éxito profesional y el reconocimiento social.
Cuando transitamos a las sala B encontramos a la derecha la pieza Aleph de Duvier del Dago. El título le debe mucho a Jorge Luis Borges, uno de los grandes de la literatura mundial. El viaje épico y el viaje común recorren ciclos que no terminan ni conducen a ninguna parte. La imaginación y lo que parte del mundo representable, es concebido en las ilaciones del pensamiento y su capacidad para desarticular nuestra idea de querer nombrar a la realidad y testimoniar su supuesta presencia. Duvier utiliza hilos trabajados con luz negra con el objetivo de mostrar los registros de una señal de GPS. En estas propuestas se crea una complicidad interesante entre lo precario y lo tecnológico, entre lo inmaterial y lo material. No se propone colocar una escena de dualidades que se complementan. Se trata de cuestionar cualquier posicionamiento que implique formas de establecer o instituir el control. Es una pieza que aboga por la libertad individual y la necesidad que tiene el hombre de encontrar sus propias opciones. La obra desborda los contornos de los lugares para plantearnos una dificultad que está en la propia génesis del contrato social, tan defendido desde el surgimiento del pensamiento moderno.
La sala B se cierra con Hundido en la línea del Horizonte de Eduardo Ponjuán. Una hilera de kilos, moneda más pequeña cubana, presiona el círculo de un peso de metal fabricado en el año 1934. Esta obra genera también tensión; en ella está esa Isla infinita que ha acompañado a la literatura y al arte de este país. Aunque simple en su composición, la forma en que es elaborada su puesta en escena y la naturaleza del material empleado, genera diversidad en su comprensión simbólica. El arte
siempre antecede a las conmociones sociales. En el momento de la crisis económica y cuando la política sede sus espacios a los lobbys financieros, aparece esta pieza donde lo ético y lo estético participan de una mística especial: Nunca sabemos la frontera que cruzamos. Ese es el misterio de Horizontes. No hay un rumbo preciso. Aquí el territorio es el vacío. Un cierto nomadismo hace que juguemos con una posible barrera que no se nos define. Estamos en muchos puntos de partida y
de regreso al mismo tiempo. Pónjuán nos convoca a volver sobre nosotros y a recorrer nuestros propios tabúes. La línea que marca su obra sigue teniendo el enigma del Salto Vacío de Ives Klein. “Vivimos lo que ocurre y lo que nunca sucedió a la misma vez”.
A todas estas piezas les une el equilibrio y el desequilibrio, en ellas está el viaje, la memoria y la necesidad de establecer una visibilidad sobre un contexto que va delineando un trazado que no se agota en la anécdota. Ellas nos interrogan sobre las diferencias entre el ver y el mirar. Más que una iluminación, lo que se busca es producir otros niveles de entender la actitud de la creación ante la vida
Publicado en Ojeada nº 3 . Publicación digital del Centro Wifredo Lam - La Habana - Cuba
www.wokitoki.org/wk/930/el-desequilibrio-de-las-iluminaciones