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Adios a Carlos Fuentes

Falleció el martes 15 de mayo en México el autor Carlos Fuentes. Era uno de los más importantes escritores de habla hispana, con 25 novelas publicadas. Obtuvo los premios Cervantes y Príncipe de Asturias.


La última vez que Carlos Fuentes le habló al mundo, que fue como decir a la posteridad, lo hizo en un par de entrevistas dos días atrás para los periódicos Clarín y Perfil de la Argentina. Habló de la Buenos Aires que conoció cuando tenía 14 años, “una ciudad que no era ni latinoamericana ni norteamericana”. Contó que un día le dijo a su padre: “’Mira, yo vengo de la escuela pública de Washington’. Y mi padre me respondió: ‘Tienes toda la razón, tienes 15 años, dedícate a pasear’. Y eso hice”.
Recordó que se volvió fanático del tango, que dejaba lo que fuera por escuchar a Aníbal Troilo, que se apasionó por las letras en la librería El Ateneo y se enamoró perdidamente de una mujer que le doblaba la edad. “Siempre que regreso tengo la sensación de que rejuvenezco, de que vuelvo a tener 15 años, y dónde está la francesita de enfrente, ¿no?”, bromeaba. Bromeba y sonreía luego, irónico, agudo, coqueto, consciente de los imposibles, prendado de las fantasías.
Leía Mañana o pasado, de Jorge Castañeda, “un libro muy inteligente, con el que estoy de acuerdo a veces sí y a veces no, pero es una mirada muy inteligente”, y acababa de terminar Libertad, de Jonathan Franzen, que “rompe con los moldes y restricciones de la novela americana. Él mete todo, periodismo, política, deportes... todo va entrando de una manera natural para dar un mundo completo de esta gente tan decente y simpática que son unos monstruos, pero que están rodeados de un mundo de cultura verdadero”.
Durante cuatro o cinco horas estuvo en la feria del Libro de Buenos Aires. Firmó autógrafos, preguntó, respondió, escuchó, escribió y habló de su última novela, Federico en su balcón, su homenaje-diálogo con Nietzsche. “Parte de la idea de que como un día Federico Nietzsche dijo: ‘Dios ha muerto’, pues Dios le dice: ‘No, no he muerto y te voy a regresar hoy a la vida’, y lo pone en un balcón, en el mío, y habla conmigo. Es una novela de 200 páginas en donde nos contamos historias. He sido un ávido lector de su obra, lo conozco tanto y hace tanto tiempo que ya era hora de que fuera uno de mis personajes”.
Al final conversó sobre su primera gran obra, La muerte de Artemio Cruz, publicada en 1962, una historia que según algún lector “fue como ver caer un rayo”. Desde la Revolución, la novela pintaba el dibujo de un país que se reinventaba a sangre y fuego a través del personaje de Artemio Cruz, un exsoldado que por medio de la trampa y los negocios turbios alcanzaba el poder. Cruz moría, y mientras expiraba le pasaba revista a su vida, al país, a las aspiraciones sociales, a la vida y a la muerte. Artemio Cruz le abrió las puertas de la celebridad, del boom latinoamericano, de algunas de sus más importantes amistades. Después escribió otros 25 libros.
La fama, los honores, sus decenas de premios (el Cervantes y el Príncipe de Asturias entre ellos) jamás lo deslumbraron. Fuentes se podía sentar a la mesa con un presidente y hablar con él de política, o conversar con la señora que le servía el almuerzo de la vida. “Mire —le explicaba a Angélica Gallón, en una entrevista para El Espectador cuatro meses atrás—, yo soy ciudadano y ejerzo la política cuando mi ciudadanía me lo reclama. Uno puede tener el compromiso que quiera o no tener compromiso, ahí no hay nombramientos. Yo vivo muy cerca la vida política de México y un poco la del mundo, y cuando siento que hace falta hablar, hablo... Pero siento que mi único deber como escritor es escribir”.
Carlos Fuentes escribía. Escribió siempre, casi desde que nació. Tecleaba con sus dedos índices en una máquina de las de antes, a veces con papel carbón, y luego corregía sobre la página con un lápiz o una pluma. Tachaba, cambiaba palabras, reescribía, dejaba señas, asteriscos. Creía sin discusión en la disciplina, en aquello de sentarse todos los días a las ocho de la mañana en su estudio y trabajar. La voluntad era, fue, su mayor virtud. “Yo creo que no hay inteligencia sin voluntad. Si no se ejerce la inteligencia al mismo tiempo que la voluntad, simplemente, ¿qué objeto tiene la inteligencia? Hay una gran novela de Balzac sobre un hombre que tiene una inteligencia tan poderosa que llega un momento en que no puede expresarla, tiene que encerrarse en un cuarto y vivir en la sombra. Es una prefiguración de Nietzsche, en cierto modo; es decir que no tiene objeto ya esa inteligencia, no tiene una voluntad que la afirme, simplemente, para el quehacer diario. Yo voy a pedir un jugo de toronja, y estoy ejerciendo una voluntad. La desaparición total de la voluntad en aras del crecimiento de la inteligencia es una bella contradicción que necesita un Balzac. Para tratarla en la vida cotidiana, necesitamos las dos juntas”, fueron algunas de sus sentencias antes de morir.

Un hombre y su obra

• Los días enmascarados (1954)
• La región más transparente (1958)
• Las buenas conciencias (1959)
• Aura (1962)
• La muerte de Artemio Cruz (1962)
• Cantar de ciegos (1964)
• Zona sagrada (1967)
• Cumpleaños (1969)
• Terra Nostra (1975)
• La cabeza de la hidra (1978)
• Una familia lejana (1980)
• Agua quemada (1983)
• Gringo viejo (1985)
• Cristóbal Nonato (1987)
• La campaña (1990)
• Constancia y otras novelas para vírgenes: Colección de cinco novelas cortas: Constancia, La desdichada, El prisionero de Las Lomas, Viva mi fama y Gente de razón (1990)
• El naranjo o los círculos del tiempo (1993)
• Diana o la cazadora solitaria (1994)
• La frontera de cristal (1995)
• Los años con Laura Díaz (1999)
• Instinto de Inéz (2001)
• La silla del águila (2003)
• Todas las familias felices (2006)
• La voluntad y la fortuna (2008)
• La gran novela Latinoamericana (2011).

Fuente: www.elespectador.com/impreso/cultura/articulo-346477-muerte-de-carlos-fuentes