A dos meses de sufrir un infarto cerebral, el vate de Lebu murió a los 93 años. Sus restos son velados en el Museo de Bellas Artes (Chile).
El libro estaba inédito y llevaba un año esperando. En 1946, Gonzalo Rojas ganó el concurso literario de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) con La miseria del hombre, su primer poemario. El premio consistía en la edición del volumen. Pero pasaban los meses y no había publicación. Entonces el autor fue a ver a Manuel Rojas, presidente de la Sech. "Por ahí están tus papeles", le dijo el escritor de Lanchas en la bahía. Rojas, el poeta, decidió retirarlos y publicarlos por su cuenta. Así, en 1948, apareció La miseria del hombre, publicado por la imprenta Roma de Valparaíso, un taller pequeño, especializado en afiches de circos. El volumen de Rojas era el primer trabajo grande que hacían. "Es el libro más feo del mundo", diría el poeta.
El episodio grafica de alguna manera la trayectoria de Gonzalo Rojas: desde sus inicios su obra fue respaldada por los premios y a lo largo de su vida se relacionó con autores y personajes protagonistas del siglo XX.
Así lo recordaba él en 1998, en su estilo, cuando recibió el Premio Octavio Paz: "Dialogué los arcanos con Breton en la Rue Fontaine; con Mao, que alguna vez dijo: 'Deseo medirme con los dioses'; bajé a las minas del carbón de Chile, en el submar de Lota, allá abajo, con ese loco de Allen Ginsberg; vi el rostro de Vallejo entre las nubes de ese avión a 10 mil metros; discutí en mis infancias con Huidobro; dialogué largo con Neruda, quien durmió tantas veces en mi casa; así y así habré visto a tantos".
Convertido en el poeta chileno más premiado en el extranjero desde Neruda, Rojas murió ayer -25 de abril- a los 93 años, dos meses después de sufrir un derrame cerebral en Chillán. Desde entonces se mantenía en estado "de sopor". Había sido trasladado a una clínica de Santiago y el domingo su hijo Gonzalo Rojas-May dijo a La Tercera que su padre "se apaga lenta y dignamente".
El gobierno decretó dos días de duelo. Los restos del vate fueron trasladados al Museo Nacional de Bellas Artes, donde están siendo velados. Hasta allí llegaron ayer escritores como Pedro Lastra, Arturo Fontaine y Germán Carrasco. Allí recibirá también un homenaje mañana. Sus funerales se realizarán el jueves, en Chillán. Según adelantó su hijo, el poeta deja poemas y prosas inéditas que pasarán a edición.
Americanista
Su figura constaba de gorro marinero, camisa y corbata, suspensores o bufanda roja. Entre viajes y homenajes, vivió hasta los últimos años en su casa del centro de Chillán. Tenía un retiro cercano, camino a las termas, llamado el Torreón del Renegado, nombre de uno de sus poemas. Dormía en una cama china con espejos de tres siglos, que compró en Beijing en 1971, cuando era consejero cultural del gobierno de Allende, junto al embajador y poeta Armando Uribe. De China partió a Cuba, donde relevó al novelista Jorge Edwards como encargado de negocios. Luego se exilió en la ex RDA, salió de allí rumbo a Venezuela y volvió a Chile en 1979 (ver pág. 44).
Por entonces estrechó amistad con Octavio Paz y el grupo ligado a la revista Vuelta, que sería fundamental en la difusión de su poesía. Su red de amigos iba de Roberto Matta a Claudio Bunster, de Luis Hermosilla a Delfina Guzmán. A ella la conoció en 1958, cuando trabaja en la Universidad de Concepción. Allí, Gonzalo Rojas inició su importante y prolífica actividad cultural, ligada a la acción política -"de un izquierdismo abierto, nunca sectario", según dijo- y a los grandes escritores contemporáneos. En 1960 organiza el Primer Encuentro de Escritores Americanos. Asistieron, entre otros, Allen Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti, Ernesto Sabato, Nicanor Parra, Luis Oyarzún y Volodia Teitelboim. En 1962 repite la jornada y recibe a Mario Benedetti, Augusto Roa Bastos y Carlos Fuentes. El mexicano dijo que ahí nació de verdad el boom latinoamericano.
De Lebu a China
Gonzalo Rojas nació en Lebu, Arauco, el 20 de diciembre de 1917. Su padre, profesor devenido en minero del carbón, murió cuando tenía cuatro años. A los 16 años escribe sus primeros versos y viaja a Iquique, donde colabora con el diario El Tarapacá, que dirigía Eduardo Frei. A los 20 entra a estudiar Derecho en Santiago. Se cambia a Pedagogía y se une al grupo surrealista La Mandrágora, de Braulio Arenas y Teófilo Cid, y conoce a Vicente Huidobro: lo valora más como vividor que como poeta. Pronto deja a los surrealistas, porque le parecen más librescos que vitales.
Tras vivir unos años en Valparaíso, en 1952 entra a la Universidad de Concepción. En 1953 viaja a Europa y conoce a André Breton; en 1959 vuelve a París para escribir becado por la Unesco y visita China por primera vez, donde conoce a Mao.
En 1964 publica su segundo libro, Contra la muerte, y vuelve a China, donde ejercerá como consejero cultural de la UP. Tras el golpe militar, publica su tercer libro, Oscuro, en Venezuela. La década de los 80 marca el ritmo de su vida futura: ediciones variadas de su obra en diferentes países, invitaciones a universidades, premios y homenajes, en México, Nueva York, Alemania y España. "Soy un sagitariano y, por sagitariano, condenado al viaje, como la flecha al espacio, al vuelo", declaró al crítico peruano Julio Ortega.
Las camarillas
A Rojas sólo le faltó obtener el Premio Nobel. En 2006 fue postulado, luego de obtener el Cervantes 2003. Con Nicanor Parra, era el poeta vivo más importante de la lengua. Y sintomáticamente , mantenían diferencias estéticas y políticas: Rojas le dedicó un ataque poético en 1968, que luego reeditó en su libro Metamorfosis de lo mismo (2000). Nunca se reconciliaron.
En realidad, Rojas fue lo opuesto a Parra: además de publicar profusamente, sus versos son verborrágicos, barrocos, a menudo herméticos, antes que sintéticos, desafiantes y humorísticos. Más lírico, Rojas se sentía heredero de César Vallejo y hermano de Pablo de Rokha, "por la materialidad y ruralidad trascendente".
Desde 1992, los premios y homenajes se multiplicaron: obtuvo el Nacional de Literatura, el primer premio a la poesía iberoamericana Reina Sofía, de España; luego, el José Hernández de Argentina y el Octavio Paz de México. Aunque parecía un campeón de la sociabilidad, solía aconsejar a los jóvenes: "Aléjese, muchacho, de las camarillas, de los cócteles y de los aplausos. Eso no sirve para nada, dedíquese a la rigurosidad del oficio mayor".
OFICIO MAYOR
Algunos árboles son transparentes y saben hablar
varios idiomas a la vez, otros algebraicos
dialogan con el aire al grave modo
de las estrellas, otros
parecen caballos y relinchan,
hay
entre todos esos locos tipos increíbles
por lo sin madre, les basta el acorde
de la niebla.
De noche pintan lo que ven, generatrizan y
divinizan otro espacio con otro sexo distinto
al del Génesis, cantan
y pintan a la vez más que el oficio
de la creación el viejo oficio
del callamiento
ante el asombro, amarran la red
andrógina en la urdimbre
de un solo cuerpo
arbóreo y animal resurrecto
con los diez mil sentidos
que perdimos en el parto;
entonces
somos otro sol.