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Luis Alberto Ruiz


Entre las cosas de la tierra

                                             a Marcelino Román
                                             y Carlos Alberto Álvarez
 

                                 A veces, el recuerdo
     A veces, una hoja cae como un recuerdo, y yo me siento otoño.
     No hay ningún árbol iluminado por las canciones de los pájaros,
      y en las nieblas lejanas, en el confín de los días,
      una a una se pierden las delicadas amantes que me  enseñaron los nombres del corazón.
      A veces, el recuerdo cae como una hoja, y yo me siento otoño.
      Y conozco de pronto el secreto de todo lo que muere.
      Miro el río interior que corre helado hacia la noche,
      y las flotantes cosas que una vez en la vida fueron carne.
      Me siento convocado por la nieve, habito en un país de soledad
      donde el Tiempo silba en el  alma como un viento impiadoso.
      La última fogata de San Juan titila pobremente en la memoria,
      y el último muñeco es como una paloma muerta caída en el camino.
      No queda nada a qué decirle  adiós, y uno es tan sólo despedida.

                                 Juegos otoñales

       SI de pronto mirara caer la primera hoja
       y la viera arrastrarse y  perderse en el viento,
       yo solamente  entonces sería la memoria
       de ese primer instante del otoño.
       Aquí hubo madreselva, dondediegos, santa-ritas,
       y los nevados redondeles de la Dama-de-Noche.
       Aquí hubo una vez grillos, y otra vez bichitos de luz,
        gatos de oro como lámparas,
        y volando por encima de las  nubes, esos pájaros que nunca bajan a la tierra.
        Yo he sentido esos vuelos con los ojos, porque los ojos subían trepándose a la noche,
        se colgaban de las estrellas,
        jugando a veces a sorprender dormido al Infinito.
        (Entonces fue cuando cayó la hoja, y corrió por las calles, buscando la  matriz de la savia,
        el paradero de los pájaros emigrantes…)
         Ahora  sé que ese primer instante del otoño
         tuve conocimiento de la muerte.
         Ese día, también, yo me morí de un pedazo.

                             La vida es más larga que la eternidad   

         ¿Cómo olvidar que el cielo es aire, y que la vida,  la vida,
es más larga que la eternidad?
A veces, en mis manos mojadas por la lluvia suele posarse
un pájaro,
o temblar una flor cortada por alguien a  lo lejos.
A veces miro pensativo la escondida sonrisa de los gatos,
y no pienso en vivir ni en morir,
y no sé qué es la angustia, ni qué es Dios.
Los pájaros, la lluvia, las flores de las tierras baldías,
una muchacha en el crepúsculo,  como un adiós,
el gato que mira la tarde, y envejece,
están todos en mí, se van conmigo,
cuando camino solo y es de tarde,
y todos los fuegos han ardido ya.
¿Es verdad que la angustia y los dioses nos  acompañan
siempre?
¿Es verdad que cantarán y florecerán sobre nuestros
cuerpos corrompidos?

Biocrítica, por Marcelo Leites
Alcohólico, como todo poeta maldito que se preciara de tal, Luis Alberto Ruiz, nació en Concepción del Uruguay, en 1923 y murió en su ciudad natal, en 1987. Fue además narrador, ensayista y periodista, e intervino en la vida literaria de la Capital Federal, que alternó durante algunos años, con la bohemia propia de los 70’. En Buenos Aires también ofició de asesor literario, corrector, traductor, compilador, prologuista, lector y autor de Claridad, entre otras Editoriales; asiduo colaborador de los principales diarios del país, entre los que merece citarse el desaparecido Diario “La Opinión”. Poeta insoslayable de la generación del 40’, atravesada por el neoromanticismo, en la obra de Ruiz hay un dibujo perfecto de la vida del sujeto en el poema.
Texto completo: http://www.autoresdeconcordia.com.ar/laruiz_bio.htm