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Poemas


Arnaldo Calveyra

Bajo esa misma lluvia hombre callado. A quien mirar llover vuelve silencio. Entra la lluvia por una luz de puerta al abrirse, por esa luz llega al patio y al hombre le parece avanzar por entre una luz mojada, hombre de una sola lluvia. De quedar más cerca esa puerta y de no ser de noche asistirías, peregrino en busca de silencio, al regreso del hijo pródigo. Parada a la entrada de la cueva, una vizcacha le madruga a la madrugada.
Calado bajo esa lluvia que le llega del pasado. A medida que avanza de memoria hacia ese lugar, avanza por un pasado de lluvia. Hombre a quien mirar llover vuelve silencio, el cielo una canilla averiada es el entierro de Mozart. Lluvia callada, se calla la tierra, el hombre mira alejarse los árboles desaparecer los árboles.
Permanece en la lluvia atenta. Por su luz, hombre callado por su luz callada. En quien los recuerdos se vuelven lluvia ni bien se da vuelta para evitar unas ramas caídas. Mira avecindarse unos árboles. Callada la lluvia, callado el hombre que por ella avanza, lluvia de su memoria que lo moja.
Llueve, la lluvia ciega que llega del fondo de los campos empapa al hombre en su caminata. Empujado por sus propias nubes, hombre ya mitad nube. Va quieto. ¿Qué nubes podrán ser esas nubes?, ¿qué pájaros se ocultan detrás de ellas? Horizonte del alto de la lluvia.
Horizonte del alto de la lluvia, estragado por las arboledas del diluvio por donde avanza, llega del pasado de la lluvia y siempre la misma. Permanece el hombre a la puerta de su rancho y, mientras, se pasea por el campo.
Luz de lluvia en Entre Ríos. Para el hombre parado a la puerta de su rancho llega de otrora, gustosas las plantas la reciben, llamita trémula se agranda ni bien asoma del suelo, se vuelve azul el caballo en esa luz de esponja. El hombre se acerca a saludarla junto al alambrado y todo Entre Ríos es llover, es una sola lluvia. Parece reclinarse un poquito más en los bordes de los charcos. El horizonte no cierra.
Llueve añares (en la plata de antes). El pasado llega con lluvia. Palabra lejos, con ella asoma. Son de alguna, de ninguna parte los años. Aparece desaparece como en un espejismo la distancia.
Desfile de los años. De agua el horizonte. Azul el caballo que quedó parado en mitad del campo. Mirar se vuelve agua, vuelve de agua las parvas, los bultos en la distancia. Lluvia, te agrandas al llegar al horizonte, ¿juegas al boquete de cielo?
Luz de lluvia en Entre Ríos, hacerse de un azul los cañaverales de junto al pozo. Luz de lluvia en Entre Ríos, sueñan azul los cañaverales de junto al pozo. Lluvia avecindada a ríos, próximo a los bordes del pantano. Azul el caballo en la cerrazón. Un poquito más próximo el pasado, sueña azul, sueña con caballo de color azul.
El hombre sale del rancho a contemplar las nubes. Entre los pastizales, a golpecitos blandos, los primeros goterones, hombre despertado por su propia lluvia. Dios hecho de hombre, de hombre solo por el campo anochecido de la mañana. Avanza entre los teros que se guarecen entre los pastos, la perdiz se hizo perdiz, avanza por la lluvia como animal por los rincones de la madriguera. Avanza por lo mismo de hombre. Callada la lluvia y callada la tierra. Hombre que se fuera llamado a silencio.

Calveyra, Arnaldo "Maizal del gregoriano"
Buenos Aires : Adriana Hidalgo editora, 2005

Diario de Eleusis
Y no sabes cuáles palabras reconocerán los años, en medio de qué pausas volverán para irse con ellos, en el rigor de qué versos las arrojará la sudestada, hilachas serán los años. En el camino te encontrarás con palabras, te saludarás con ellas, palabras que al fin de cuentas no sabrías- nadie sabría- convertir en años.

¡Dosis de enigma!, que tu palabra se entretenga con los años, recién llega a la punta de la lengua y ya palabra de un poema, acaso consiga arreglarse con los años- con el tiempo sentido de los años-, tiempo que pasa, tiempo no más pasando.
Vendrán los años en hilachas, el montón inerte de los años que se desgarran ante tus ojos como bolsas de plástico.

Somos tantos los que quisiéramos volver a Eleusis, lugar donde cada uno de nuestros pasos se inscribe en el laberinto de los yuyos, y así, en cualquier momento- en este preciso momento- volver al punto de partida.
Cada uno de tus pasos fotografiados en el jardín de entonces. Pasos, trabajos, senderos.
Al llegar a Eleusis no avanzan más.

Arnaldo Calveyra nació en Mansilla, provincia de Entre Ríos (Argentina), en 1929. Reside en París desde 1961. Publicó los libros de poemas "Cartas para que la alegría", "Iguana, iguana", "El hombre del Luxemburgo", "Diario del fumigador de guardia" y "Libro de las mariposas"; la novela "La cama de Aurelia"; el libro de relatos "El origen de la luz" y el ensayo "Si la Argentina fuera una novela". Varias de sus obras de teatro ("Latin American Trip"¸ Moctezuma" y "Cartas de Mozart") fueron representadas en Argentina y en el extranjero. La mayor parte de su obra ha sido traducida al francés y editada por la editorial Actes de Sud. Recibió la condecoración de Commandeur de l'Ordre des Arts et des Lettres, otorgada por el Ministerio de Cultura francés.